Desmenuza el paisaje tallando cuñas de hielo
Abriendo caminos de ganga en viras de roca
Modelando la caliza con las manos del tiempo
Sinuosas provocaciones en el reino de la fracción y elángulo
Floreciendo desafíos a la piedra, el sol y el frío
Acunando cauces de agua… o vertiéndolos con saña
Ascender una montaña de geometría fractal
Tiñendo el mundo de calidez bajo rayos crepusculares
Como un suspiro en una noche de sueño, el tiempo teje distintos
tapices con el mismo ovillo. Nudos apretados por la urdimbre de la inmediatez que
no alcanzan a ubicarse sobre el manto eterno del mundo mineral, hilado con la
suave perfección de la paciencia. Una ciega perseverancia que vuelve dúctil
hasta la roca más inmutable a tal velocidad que el parpadeo de toda una
existencia no basta siquiera para intuirla.
O si no, la flor que brota y mustia con inmediatez, pero sus
semillas se atrincheran en su exigua parcela de tierra, con la calma de quien
sabe que el tiempo, su tiempo, nuestro tiempo, corre de su parte pues la
floración no es sino la punta del iceberg de su singladura.
Tiempo cuya cuenta atrás, con penosa tristeza, escuchamos
latir con la fuerza de una campana de bronce. Tañido a tañido, lágrima a
lágrima, gota a gota se desangra el glaciar del Perdido, a la búsqueda de
honrar su nombre. Perdido. Maldita honra.
Luz, esa otra modeladora de paisajes etéreos y fugaces, que
sin embargo contienen el poder de inspirar, de soñar, de rememorar e incluso de
viajar en el tiempo. Caprichosa fuerza que tanto nos obliga a perseguirla como
nos congela en instantes que se tragan el tiempo como un agujero negro. Sin
fondo, sin fin, sin que importe lo más mínimo todo lo demás.
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