La noche cerrada se rasga en el horizonte. Como una cuchillada que deja tras de si una línea carmesí en la piel, la distante raya anaranjada va lentamente abriéndose y comienza a descubrir siluetas. Como si fuera un decorado, árboles, lomas y picos van apareciendo allá por el este.
Sentados en el exterior del refugio Venezia atendemos a la función y entre medias, de vez en cuando, nos acordamos de respirar.
Deben ser las 7 de la mañana y ya hemos andado la hora y media que separa el coche de este refugio, silenciosos y refugiados del frío en nuestro interior hemos tratado de no tropezar en la helada oscuridad que nos ha transportado hasta aquí desde Zoppe di Cadore.
Mientras Santi ocupaba su mente con la música del Ipod yo me centraba en el dolor de piernas que por fin ha acabado de remitir. Ácido láctico cristalizado que recuerda el tute que ya llevamos encima.
La claridad ya es suficiente para atisbar la gigantesca mole que tenemos a nuestra espalda. La cara este del monte Pelmo se levanta vertical e inexpugnable como una fortaleza salida de las leyendas medievales. Pero, como todas ellas, tiene una entrada secreta.
El refugio Venezia marca claramente la línea en la que la nieve se hace profusa, y más arriba blanquea la empinada pendiente que muere donde nacen las murallas de piedra. Murallas grisáceas salpicadas de trazos blancos: pequeñas fajas (cengias las llaman aquí) colgadas en la pared. Unas más largas, otras exiguas y otras caprichosas.
Una de estas últimas guarda un secreto desvelado por cazadores hace muchos años.
Nos ponemos a subir ladera arriba y en 20 minutos llegamos cerca de la pared antes gris, ahora ya rosada por los primeros rayos del día. La sola calidez que desprenden hace que me reconforte por completo. Es una luz tan hermosa y cambiante que parece irreal, como llevar unas gafas de sol en las que intercambias el color de las lentes.
Llegados al pié de la pared sacamos los aperos de aseguramiento: arneses, cintas express, mosquetones, cuerda, y al ensamble nos ponemos a trepar unos resaltes nevados que en seguida nos sitúan en la famosa “Cengia di ball”.
La cengia resulta una estrecha e impresionante faja de 500m de longitud que da acceso al valle colgante que hay encima de la pared.
Sentados en el exterior del refugio Venezia atendemos a la función y entre medias, de vez en cuando, nos acordamos de respirar.
Deben ser las 7 de la mañana y ya hemos andado la hora y media que separa el coche de este refugio, silenciosos y refugiados del frío en nuestro interior hemos tratado de no tropezar en la helada oscuridad que nos ha transportado hasta aquí desde Zoppe di Cadore.
Mientras Santi ocupaba su mente con la música del Ipod yo me centraba en el dolor de piernas que por fin ha acabado de remitir. Ácido láctico cristalizado que recuerda el tute que ya llevamos encima.
La claridad ya es suficiente para atisbar la gigantesca mole que tenemos a nuestra espalda. La cara este del monte Pelmo se levanta vertical e inexpugnable como una fortaleza salida de las leyendas medievales. Pero, como todas ellas, tiene una entrada secreta.
El refugio Venezia marca claramente la línea en la que la nieve se hace profusa, y más arriba blanquea la empinada pendiente que muere donde nacen las murallas de piedra. Murallas grisáceas salpicadas de trazos blancos: pequeñas fajas (cengias las llaman aquí) colgadas en la pared. Unas más largas, otras exiguas y otras caprichosas.
Una de estas últimas guarda un secreto desvelado por cazadores hace muchos años.
Nos ponemos a subir ladera arriba y en 20 minutos llegamos cerca de la pared antes gris, ahora ya rosada por los primeros rayos del día. La sola calidez que desprenden hace que me reconforte por completo. Es una luz tan hermosa y cambiante que parece irreal, como llevar unas gafas de sol en las que intercambias el color de las lentes.
Llegados al pié de la pared sacamos los aperos de aseguramiento: arneses, cintas express, mosquetones, cuerda, y al ensamble nos ponemos a trepar unos resaltes nevados que en seguida nos sitúan en la famosa “Cengia di ball”.
La cengia resulta una estrecha e impresionante faja de 500m de longitud que da acceso al valle colgante que hay encima de la pared.
Un sitio de esos donde conviene no tener vértigo, y que ganan dificultad con la fama, pues hay que ser muy torpe para despeñarse… aunque la nieve y el hielo complican un poco el asunto en nuestro caso.
Eso si, si te resbalas te recogen en cachitos.
Algunos pasos requieren destreza pero con algo de experiencia y sangre fría es muy accesible. Y hay chapas de vez en cuando que permiten un mejor aseguramiento en los lugares que tienen mayor compromiso.
Algunos pasos requieren destreza pero con algo de experiencia y sangre fría es muy accesible. Y hay chapas de vez en cuando que permiten un mejor aseguramiento en los lugares que tienen mayor compromiso.
El mayor problema real es el hielo pero lo solventamos (los solvento yo, a Santi le da igual J ) sin más dilación para tras media hora de funambulismo llegar a un pequeño barranco que corta la pared y por el que nos encaramaremos a la parte superior del Pelmo.
Dejamos aquí el material para la vuelta y al abrigo del viento echamos un bocado; el sol ya calienta y se agradece hacer un rato de lagartija.
Reanudamos el camino, subiendo pegados al barranco (que no es más que un desagüe del valle colgante de la montaña), de piedra en piedra, de paso en paso. Este nos conduce finalmente a una dura pendiente a ratos nevada que termina allá arriba (muy arriba) en unos resaltes rocosos. Después sólo cielo azul transparente, limpio y resplandeciente.
Llevamos los crampones en la mochila pero no sirven para nada, toda la nieve está blanda y sopa, y nos clavamos en ella haciéndose la subida mucho más dura de lo que parecía. Pero es sólo el principio…
No hago más que preguntar que altura llevamos, cuánto queda, estoy muy cansado. Hoy por fin noto todo el esfuerzo continuado de estos días. Santi me anima y así poco a poco ganamos la cuesta.
Esta ladera se abre desde la pared inferior y asciende flaqueada en sus laterales por dos inmensas torres pétreas, miles de millones de kilogramos de dolomía. A su vez estas torres se alargan hacia atrás formando un circo interior que comienza justo al final de dicha ladera y se cierra al fondo por la elevación de la cima principal del Pelmo, a 3.186mts. Unos 1600m más debajo de donde hemos dejado el auto.
Llegar al inicio del valle glaciar es impresionante, y aún en mi tremendo cansancio no puedo dejar de admirarlo. Así de blanco y centelleante parece un erg del Kalahari. Salpicándolo, cientos de rocas que sobresalen como puntas de iceberg, y que junto al viento moldean un paisaje de otro planeta.
Dejamos aquí el material para la vuelta y al abrigo del viento echamos un bocado; el sol ya calienta y se agradece hacer un rato de lagartija.
Reanudamos el camino, subiendo pegados al barranco (que no es más que un desagüe del valle colgante de la montaña), de piedra en piedra, de paso en paso. Este nos conduce finalmente a una dura pendiente a ratos nevada que termina allá arriba (muy arriba) en unos resaltes rocosos. Después sólo cielo azul transparente, limpio y resplandeciente.
Llevamos los crampones en la mochila pero no sirven para nada, toda la nieve está blanda y sopa, y nos clavamos en ella haciéndose la subida mucho más dura de lo que parecía. Pero es sólo el principio…
No hago más que preguntar que altura llevamos, cuánto queda, estoy muy cansado. Hoy por fin noto todo el esfuerzo continuado de estos días. Santi me anima y así poco a poco ganamos la cuesta.
Esta ladera se abre desde la pared inferior y asciende flaqueada en sus laterales por dos inmensas torres pétreas, miles de millones de kilogramos de dolomía. A su vez estas torres se alargan hacia atrás formando un circo interior que comienza justo al final de dicha ladera y se cierra al fondo por la elevación de la cima principal del Pelmo, a 3.186mts. Unos 1600m más debajo de donde hemos dejado el auto.
Llegar al inicio del valle glaciar es impresionante, y aún en mi tremendo cansancio no puedo dejar de admirarlo. Así de blanco y centelleante parece un erg del Kalahari. Salpicándolo, cientos de rocas que sobresalen como puntas de iceberg, y que junto al viento moldean un paisaje de otro planeta.
Aun así, darse la vuelta y mirar por donde hemos subido es todavía más brutal. La pendiente a nuestros pies, con los contrafuertes a los lados, asemeja un trampolín de salto con esquís, pues termina abruptamente en el vacío y de allí la nada se desparrama hacia un horizonte totalmente aserrado.
Paramos encima de una roca a comer algo y sin mucho pensarlo continuamos para adelante, cuanto antes llegue arriba antes habrá acabado el sufrimiento. La siguiente media hora, hundidos en la nieve por medio del circo se me hace durísima; en llano te hundes hasta las rodillas pero cuando toca remontar algún repecho la nieve, húmeda y pegajosa, llega hasta medio muslo.
Llegamos a un collado que ya da vistas al oeste, y el panorama sigue poniendo los pelos de punta, al igual que la arista que tenemos que remontar hasta la cima, 100m más arriba.
Cresta donde se mezcla la nieve y la roca, cornisas venteadas que acojonan de sólo mirarlas, terreno resbaladizo anexo a un abismo de 800mts a pico que esperan al mínimo resbalón. Esto sí es comprometido y no la Cengia di Ball. Sumado a mi cansancio, los pasos más cercanos al vacío se hacen muy exigentes física y mentalmente, pues un pié mal puesto, una capa de nieve más débil de lo esperado o un fallo de las fuerzas no tiene arreglo.
Pasado el peor tramo, la arista se suaviza y tan sólo quedan un par de trepadas con mucho (muchooo) patio pero donde la seguridad de la roca facilita mucho las cosas.
Y así, tras más de 6 horas de esfuerzo estamos en la cima del Pelmo, por fin sentados sobre las rocas más altas, abrigados en nuestros plumas y compartiendo el bocadillo con una juguetona chova que tiene más hambre que vergüenza.
Detrás nuestro podemos apreciar el camino que nos ha conducido hasta aquí, y delante la cara norte (de cuya escalada ayer vi fotos de Santi) se hunde muy abajo, casi un kilómetro de bloques y diedros que superar.
La bajada se hace tan dura como la subida, si no más, pues a las ganas de acabar se une la sed, que no remite hasta que, en la barranquera de más abajo consigo un hilillo donde pacientemente rellenar la botella.
Volver a pasar la cengia es muy rápido y la concentración hace que olvides el cansancio.
Curiosamente a partir de aquí todo se hace menos duro, las piernas de nuevo funcionan, las prisas se han olvidado, y disfruto mucho tanto de la travesía por la faja como del camino que desde el refugio nos lleva nuevamente a la furgo, tras 11 horas de actividad, y finalmente con ella al bar de Zoppe di Cadore donde unas heladas cervezas nos esperan impacientes.
2 comentarios:
...y mas que llegara! un abrazote, espero estes disfrutando del invierno, bonita descripcion de la ascension, si senyorrrr!
santi
Menudos monstruos de piedra!!
Y menudos monstruos estáis hechos vosotros!!
Como siempre, espectacular relato de montaña, compadre.
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