Sobrarbe es mi vida, gente sencilla y parajes únicos. El lugar donde mis cenizas, dentro de muchos años espero, abonaran nuevos bosques y praderas.

27 ene 2014

De Dioses y Niños



Dioses, ángeles, demonios. No tengo la más remota idea de si existen o existieron, de si son leyendas creadas por hombres para atemorizar y manipular a otros hombres, o nacieron de la necesidad de ser algo más allá de la vida, de confrontar los miedos de lo finito.
Da lo mismo, el caso es que yo no creo en ellos, en los que todos podríais nombrar. Pero tengo los míos. Y no soy el único. Porque si hay dioses en esta tierra, qué mejor representación que una gran montaña, tan hermosa como peligrosa, tan amenazadora como inmutable. O que un árbol tan descomunal que lleve una vida numerar sus hojas o contar los pliegues de su corteza milenaria. O que el agua, ser sobrenatural donde los haya, omnipotencia que tan pronto modela sinuosas esculturas de roca o tararea bellas melodías como arrasa valles enteros, desgaja árboles o sepulta montañas.
Cada uno tendrá los suyos, y estos son los míos. No puedo dejar de pensar cómo nos verán, qué pensarán de nosotros, pequeñas hormiguitas que avanzan entre esas montañas sepultadas de blanco, junto a esos árboles que la nieve obliga a adoptar reverenciales poses. Seremos acaso una molestia o una distracción? Nos verán con el odio de quienes han sido atacados, ensuciados y pervertidos por nuestra especie o con la paciente sonrisa del que sabe que tiene la eternidad de su parte, que todos nuestros esfuerzos por domeñarlos no son sino un soplo frente al huracán del tiempo?
Algunos días, al acercarnos a su hogar, sentimos que podemos tener problemas para regresar, que dependemos completa y absolutamente de su antojo. No somos sino hojas lanzadas al viento, como dados, a la espera de si aparece un doble seis o una tempestad. Días donde todo lo que puedes hacer es, precisamente, hacer todo lo posible. Y eso no te garantiza nada.
Otros, por contra, pisar sus dominios nos deja la placentera sensación de un mar en calma, donde todo es regocijo, diversión ajena a preocupaciones, como de niños, cuando nos dejaban en una habitación llena de juguetes y paredes acolchadas en la que nada que no fuese disfrute podía suceder.
El otro día Fubillons, encima de Chistén, Bal de Chistau era esa sala de juegos, y nosotros niños con nuestros juguetes que se han olvidado de ser adultos con preocupaciones, con miradas limpias y sonrisas bobaliconas, como ante los regalos y la tarta de cumpleaños con cuatro velitas.
Retazos de lo que fuimos, lo que somos (aunque no sepamos o no queramos mostrarlo) y lo que seremos se fundían en la indescriptible belleza invernal como nuestros esquís bajo la nieve, como la nieve bajo nuestras sonrisas, como nuestras sonrisas bajo el cielo.
No hay más. Para qué??

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