Palabra árabe que vendría a significar “lugar habitado por demonios, espíritus y seres sobrenaturales” Según cuenta Lucien Briet, de aquí viene el nombre de Mascún.
Sin saber a ciencia cierta de su veracidad o imaginación, sólo puede estarse de acuerdo con lo acertado del topónimo. El Mascún es un cañón extraído de lo más profundo de la mitología y entregado a Guara como ofrenda suprema, colofón a su vasta y particular riqueza.
Cuando los griegos sueñan con el Olimpo y sus dioses, sueñan con la escarpada belleza de sus paredes.
Cuando los romanos rezaban a sus dioses, los hacían tomando baños en las marmitas de la cascada de Peña Guara.
Cuando los vikingos honraron a Odín, lo veían pasear entre sus proas y agujas.
Cuando a los cristianos les fue concedido el bautismo, éste se llevó a cabo en el saltador d´as Lañas.
Puede que todo esto explique en parte porqué ahora Otín, Letosa y Bagüeste son ruinas de la memoria, porqué las cabras llevan 70 años asilvestradas por las laderas del Mascún, porqué los huertos de Juan son sólo un recuerdo, el molino y azud de Letosa un montón de piedras o el camino de O´Turno se cae a pedazos.
Para nosotros, que cargábamos en el macuto con todo esto, además de las cuerdas, los ochos y los neoprenos, Mascún es una tercera historia.
La historia de una singladura a través de un calidoscopio natural. Reflejos de luz y agua persiguiéndose por las paredes, ecos que vienen y desaparecen con cada paso, rumores de agua entrecortados por momentos de silencio sepulcral. Pozas que contienen todas las tonalidades del verde, cascadas repicando contra la caliza, toboganes traídos de un parque infantil, corrientes de agua cristalina que arrastran hojas de arces, tilos, tejos, carrascas o tremoletas. Árboles y plantas desafiando la gravedad que se apuestan la vida contra los pétreos acantilados. Enredaderas y flores brotando como mariposas al murmullo del torrente…
Privilegiados disfrutando de las catedrales de la naturaleza para nosotros solos: naves, bóvedas, arcos, torres, anfiteatros, oratorios…
Déjate arrastrar por la corriente, de espaldas. No entornes los ojos, ábrelos y contempla como ahí arriba, muy arriba, donde tocan a su fin los inmensos precipicios que te abrazan, las hojas te saludan ondeando al viento, las rapaces cruzan el cielo y las nubes se persiguen sobre un fondo azul sólo roto por iridiscentes rayos de sol.
Sin saber a ciencia cierta de su veracidad o imaginación, sólo puede estarse de acuerdo con lo acertado del topónimo. El Mascún es un cañón extraído de lo más profundo de la mitología y entregado a Guara como ofrenda suprema, colofón a su vasta y particular riqueza.
Cuando los griegos sueñan con el Olimpo y sus dioses, sueñan con la escarpada belleza de sus paredes.
Cuando los romanos rezaban a sus dioses, los hacían tomando baños en las marmitas de la cascada de Peña Guara.
Cuando los vikingos honraron a Odín, lo veían pasear entre sus proas y agujas.
Cuando a los cristianos les fue concedido el bautismo, éste se llevó a cabo en el saltador d´as Lañas.
Dejando a un lado su misticismo, el Mascún cuenta con otra historia, tal vez menos evocadora, a la par que más dura y adusta: sus gentes.
Durante generaciones, para las familias de Otín, de Letosa, de Bagüeste este cañón supuso un regalo envenenado. Agua donde erigir un molino, cauces fértiles que domesticar, fajas solaneras y protegidas para las cabras, incluso tal vez pesca.
Todo ello a un precio que se pagó sin rechistar por muchos decenios: horas de caminar para cultivar unos huertos que cada año eran deshechos por las crecidas; meses de trabajo para proyectar y construir caminos seguros donde no había un palmo de buen terreno; cansancio y tiempo para cruzar esta grieta inmisericorde camino de los prados de Santa Marina; animales despeñados, o extraviados que había que encontrar y transportar de vuelta al pueblo…
Durante generaciones, para las familias de Otín, de Letosa, de Bagüeste este cañón supuso un regalo envenenado. Agua donde erigir un molino, cauces fértiles que domesticar, fajas solaneras y protegidas para las cabras, incluso tal vez pesca.
Todo ello a un precio que se pagó sin rechistar por muchos decenios: horas de caminar para cultivar unos huertos que cada año eran deshechos por las crecidas; meses de trabajo para proyectar y construir caminos seguros donde no había un palmo de buen terreno; cansancio y tiempo para cruzar esta grieta inmisericorde camino de los prados de Santa Marina; animales despeñados, o extraviados que había que encontrar y transportar de vuelta al pueblo…
Puede que todo esto explique en parte porqué ahora Otín, Letosa y Bagüeste son ruinas de la memoria, porqué las cabras llevan 70 años asilvestradas por las laderas del Mascún, porqué los huertos de Juan son sólo un recuerdo, el molino y azud de Letosa un montón de piedras o el camino de O´Turno se cae a pedazos.
Para nosotros, que cargábamos en el macuto con todo esto, además de las cuerdas, los ochos y los neoprenos, Mascún es una tercera historia.
La historia de una singladura a través de un calidoscopio natural. Reflejos de luz y agua persiguiéndose por las paredes, ecos que vienen y desaparecen con cada paso, rumores de agua entrecortados por momentos de silencio sepulcral. Pozas que contienen todas las tonalidades del verde, cascadas repicando contra la caliza, toboganes traídos de un parque infantil, corrientes de agua cristalina que arrastran hojas de arces, tilos, tejos, carrascas o tremoletas. Árboles y plantas desafiando la gravedad que se apuestan la vida contra los pétreos acantilados. Enredaderas y flores brotando como mariposas al murmullo del torrente…
Privilegiados disfrutando de las catedrales de la naturaleza para nosotros solos: naves, bóvedas, arcos, torres, anfiteatros, oratorios…
Déjate arrastrar por la corriente, de espaldas. No entornes los ojos, ábrelos y contempla como ahí arriba, muy arriba, donde tocan a su fin los inmensos precipicios que te abrazan, las hojas te saludan ondeando al viento, las rapaces cruzan el cielo y las nubes se persiguen sobre un fondo azul sólo roto por iridiscentes rayos de sol.