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En rojo la arista sur al Eiger. En morado la variante que tomamos al subir |
Es noche cerrada cuando suena
el despertador en la habitación del refu. El cansancio me chafa como una losa,
no quiero que sea cierto, debe ser una pesadilla porque no puedo levantarme
aún. No, todavía no. Pero sí, no queda otro remedio, malditas vacaciones!! Qué
clase de gilipollas soy, que pasa su tiempo libre madrugando y cansándose como
un mulo en vez e tumbarse a la bartola. En su lugar, con ayuda del frontal y en
incompleto silencio me arrastro fuera del saco, me visto y agarro la mochila
(ya preparada ayer noche) dirección el desayuno. Poco más de las 3 de la
madrugada y ahí estamos, sentados en un comedor vacío tratando de lograr que el
cuerpo admita algo de sustento: tostadas frías, zumo, leche, cereales y queso.
El momento es de esos que
recordarás mucho tiempo. Sólo una luz impide que la completa oscuridad que
puebla la habitación devore nuestra mesa y a nosotros con ella. Sólo unos
cristales impiden que el frío y ventoso exterior nos engulla. Mientras tanto
nosotros, caras soñolientas entre ropas arrugadas, masticamos metódicamente el
desayuno con la expectante y engañosa tranquilidad del nervioso.
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Desayunando en la oscuridad |
A las 4 de la madrugada
abandonamos el calor del refu para, frontales encendidos, ponernos en marcha
por un desierto monocromático. Un negro con tintes azulados se extiende por
doquier, dejando entrever algunos contornos pero omitiendo toda sensación de
profundidad y realismo. Es como pararse frente a una pintura que ocupa toda una
pared. Mientras tanto vamos descendiendo hacia el plateau glaciar hundiendo
nuestras botas en una nieve demasiado blanda. A mis compañeros les va algo
mejor, pero mis piernas entran hasta la rodilla (en ocasiones hasta la ingle)
en el firme blanco.
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Primeros pasos en la noche |
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Un hilo marca el nuevo día |
Tras el descenso al plateau
directamente remontamos una ladera bajo la mole sureste del Monch, que a mi me
resulta descorazonadoramente agotadora. Ni hemos empezado el día y ya estoy
así. Hundirse en la nieve es cansado físicamente, pero mucho más
psicológicamente. Saber que cada paso te vas a clavar en la nieve, pero no
cuánto, hace que tengas todos los músculos en tensión para equilibrarte,
repartir el peso, etc. Respiro cuando la huella (que va abriendo Santi) me
aguanta y sólo me hundo un poco, maldigo cuando entra medio metro, me desespero
al meterme hasta la cadera.
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Nubes ondeando sobre el Eiger |
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Una parada en la arista |
Entre tanto el día comienza a
clarear bajo el lento e incansable impulso de un horizonte que va tiñéndose de
dorado. Apenas una brizna de color, pero suficiente para ver el mundo con otros
ojos, para sentirlo algo menos frío y duro. Para poder observar jirones de
nubes jugueteando frente a la cima de nuestra meta, el Eiger (Ogro). La belleza
de esta primera claridad es grandiosa, merece la pena todo madrugón para poder
asistir a este amanecer, desde las alturas, desde la soledad del monte.
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Amaneciendo |
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El Eiger con los colores de la luz de amanecida |
Un poco después hemos llegado
al primer Eigerjoch, el primer collado del Eiger, donde el manto blanco y
ondulado que hemos recorrido da paso a un universo distinto, preñado de
afiladas agujas, cornisas imposibles y verticales
pendientes de hielo y nieve. Estamos al inicio de la arista suroeste del Eiger.
Vamos a dejar aquí los bastones, que ya no nos sirven para lo que falta, y
sacar el piolet, acortar la cuerda entre nosotros y encender el chip de
concentración total.
Pero antes la naturaleza nos
da un respiro, y es que mientras sorbemos té caliente de nuestros termos, un
disco rosado asoma tras los picos del horizonte, impregnando de naranja las
nubes y siluetas circundantes. Es como si el mundo se detuviese, el frío
remitiese y el viento aguardase callado. El dolor de piernas ha volado, igual
que la sensación de nervios en el estomago. La retina ha grabado uno de esosinstantes de perfección absoluta, no un momento por el que vale la pena madrugar, sino
uno que da sentido a toda una vida.
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Se para el mundo, sale el sol |
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Pues si, por ahí pasaremos |
Como si alguien quisiese
recordarnos donde estamos, al poco de tomar la arista, aún con la penumbra
flotando en el lado norte de la pared, un leve ruido de succión, acompañado de
un ligero temblor anuncia la caída de una gran cornisa a escasos metros de
nuestra posición.
Con este susto en el cuerpo
encaramos la parte más comprometida de la ascensión, una afilada arista que
primero asciende formando dientes para luego bajar hasta un collado (el segundo
Eigerjoch) desde donde dar comienzo el ascenso a la pirámide somital del Eiger.
La cresta es una sucesión de pasos arriesgados, de caminatas por filos de nieve
de pocos palmos de anchura con abismo a ambos lados, de trepes y destrepes en
mixto o hielo, de travesías expuestas y de un ambiente descomunal, cientos de
metros de caída a ambos lados que acaban en glaciares agrietados e inhóspitos.
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Paso a paso por la arista |
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Anda que no queda... al fondo de todo vamos |
Me sorprendo a mí mismo al
verme progresando con holgura, sin apenas dudas en ningún paso, con las fuerzas
muy enteras en todo momento y con mucha confianza en terrenos comprometidos,
pero siempre concentrado al 200%. Así dejamos atrás la parte más comprometida
de la cresta. Un par de rapeles nos permiten descender la parte más vertical de
la arista y unas travesías sencillas nos conducen al collado, a 3650m, bajo la
mole cimera del Eiger. Aquí comeremos algo, que nos lo hemos ganado. Son las 8
de la mañana y hemos progresado con bastante rapidez pese a no contar con
huella y haber condiciones regulares (nieve muy blanda en las zonas sur, hielo
en las norte, gran profundidad de capa)
A partir de ahora las
dificultades aminoran, especialmente porque no se tiene la sensación tan aérea
del trozo anterior, y aprovechando la cantidad de nieve nos desviamos
ligeramente de la cresta para ascender por una empinada canal, que se encuentra
practicable, y que nos permite ganar altura rápidamente. No todo han de ser
inconvenientes.
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Lo que queda de vía. Más vale no fallar un pié |
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Un tramo fácil |
Una vez finalizada esta
canal, tomamos una cresta diagonal que nos va a llevar a la principal a través
de unos largos de roca descompuesta e infame, con la veta diagonalmente hacia
abajo, como los granos de una espiga de trigo. Esto hace que los crampones
resbalen y chirríen constantemente y haya que estar muy atento a cada paso. Te
quedas con trozos de piedra en la mano cuando no con rocas enteras. Es la
característica roca del Eiger, una de las claves del drama que ha supuesto su
cara norte hasta no hace tantos años.
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La Sur del Monch |
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Cerca de la cima! Alex llega agotado, pero llega!!! |
Llegados a la arista
principal, de nuevo un recordatorio de donde estamos: una cruz en la roca marca
el punto de despeñe de dos alpinistas veinteañeros el año anterior. Procurando
mirarla lo menos posible seguimos progresión, alternando roca con mixto, hasta
que poco a poco la escalada pierde inclinación, y una larga línea nevada,
apenas interrumpida por un par de resaltes nos lleva hasta el punto más alto de
mis sueños. 3970m, cima del Eiger. Sueño de juventud que siempre consideré
imposible. Cientos de fotos vistas de esta grandiosa montaña, docenas de
relatos de sus tragedias y triunfos, películas y documentales tragados en
absorta expectación. Está claro que no podré nunca subir su cara norte, pero
sólo el hecho de estar sobre ella, de asomarme a tamaño abismo desde su cénit y
otear el mundo, es inenarrable. Poder tener sueños desde esa cumbre que fue
sueño y ahora es real.
No pienso mucho en ello,
pienso en que falta toda la vuelta, que la arista que hemos hecho es igual o
peor de vuelta, que estaremos cansados y que asoma gris por el cielo. Vamos,
que apenas hemos hecho algo todavía.
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Cima!!! |
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Santi en su primera ascensión al Eiger. Pronto subirá por la Norte |
Comemos un poco, con rapidez
pues las nubes parece que amenazan con estropear el día y queda mucho tomate de
vuelta. Son las 9,40h por lo que hemos tardado menos de 6h en llegar a cima, un
tiempo extraordinario. Pero quedará otro tanto de vuelta… Así que nos ponemos
en marcha tras las fotos de rigor.
El inicio del descenso es
sencillo ya que tras desandar la loma cimera perdemos altura con rapidez
gracias a varios rápeles en los que aprovechamos las argollas que hay colocadas
en varios puntos de la cresta. De esta manera descendemos toda la parte
vertical de esta pared, y ya nos ponemos a caminar en serio hasta el collado,
al que arribamos coincidiendo con el despeje del día. Como el problema de la
meteo ahora ya no es tal, y el horario que llevamos es holgado hacemos un alto
para comer y beber relajadamente bajo el sol. Se trata del único momento de
relax desde que salimos del refu esta mañana, y Alex lo agradece especialmente
porque está ya cansado. El resto de la vuelta se le va a hacer un calvario pero
aguantará como un jabato.
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Uno de los tramos más chulos de la arista |
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Volviendo empieza a hacer calor |
Ahora nos toca remontar de
nuevo nuestra huella en pos de las paredes de la parte central de la arista. Lo
que por la mañana habían sido unos sencillos rápeles son ahora varios largos de
III-IV en mixto, con bastante hielo que dificulta la progresión, aunque yo
nuevamente me las apaño la mar de bien, picando el hielo con el piolo y dándole
uso a la mínima (recuerdos de mis pinitos escalando hielo).
Entre subidas y bajadas por
canales nevadas, travesías y varias trepadas más conseguimos dejar atrás la
parte más comprometida del recorrido. Las últimas partes de arista son menos
agrestes y a lo lejos se vislumbra el punto en que dejamos los bastones para la
vuelta. Antes de llegar a ellos pasamos por la zona donde se desprendió la
cornisa, que ahora con buena luz apreciamos que tenía el tamaño de un furgón
grande. Hasta nos permitimos bromear sobre ello.
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El hueco dejado por la cornisa huída |
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Como resbalemos... |
Finalizada la cresta nos
quitamos los crampones y casi toda la ropa, pues el calor se ha vuelto
agobiante, la nieve refleja como las paredes de un horno de leña y nos vamos
recociendo al tiempo que avanzamos por medio del glaciar. Aún tendremos tiempo
de ver delante nuestro una pequeña avalancha delante nuestro, una placa de
apenas palo y medio que se suelta y resbala ladera abajo casi a cámara lenta.
Parece de juguete pero cuando atravesamos su colada de nieve compacta ya no
hace tanta gracia. Tan poca cosa que parecía y si te pilla no te sepulta, pero te
rompe una pierna sin darte cuenta. Qué engañosa es la nieve…
Por fin remontamos la pala
final que nos conduce al refu, al que llegamos sobre las tres del mediodía,
tras once horas de actividad extenuante. Lo extraño del caso es que me
encuentro muy fresco, noto que tranquilamente podría pegarme otras 2-3h andando
sin demasiado sufrimiento. Debe ser que el cuerpo se me ha habituado muy bien a
la altitud.
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Desde la cima de divisa el destrozado glaciar Eismer |
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La vista hacia la cara norte desde la cima. 3000m más abajo, Grindelwald |
Entrando al refu, las
responsables se alegran de vernos y nos felicitan por haber conseguido
finalizar con éxito esta ruta, sin huella y con tanta nieve. Según cuentan
hacía ya que nadie había subido por ahí y no son muchos los que la frecuentan. Se
corre el rumor y somos “los españoles que han subido al Eiger”, la fama nos
precede y otros alpinistas no dejan de asaltar a Santi con preguntas sobre el
estado de la vía. Aunque no quieras, se te hincha el orgullo :)
Ya puedo ponerle la cruz a
este monte entre montes y seguir rescatando sueños del olvido, porque este ya
es real. Aunque sea mínimamente y de refilón, puedo inscribir mi nombre cerca
de las grandes leyendas de la montaña que conquistaron este pico, aunque sea
por una vía mucho más humilde.
Pero esto aún no ha acabado…
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Desde la cima se ve gran parte del recorrido hecho en la arista |