Las montañas, a los que las amamos, nos ejercen un influjo similar al de la luna, el mar y las mareas: siempre están presentes en nosotros. Cuando hablamos, cuando pensamos, cuando estamos en ellas o cuando no.
Cuando escribimos las utilizamos de ejemplo o metáfora. Cuando soñamos allí están en nuestras psique.
Si hay una cerca nuestra mirada la busca, la escruta, la admira, la entiende.
Si alguien habla de montañas agudizamos el oido.
Si vemos una foto de montañas nos detenemos.
Al cruzar una cordillera en avión nos quedamos pegados al cristal de la ventanilla.
Cuando amamos nunca podemos renunciar a ellas.
Por mucho que avance la tecnología textil, mecánica, electrónica, informática, meteorológica, cuando vamos a ellas siempre retrocedemos a los albores de la creación, somos un insignificante humano de pocos años de edad frente a milenarios cíclopes que han sido esculpidos por las mayores fuerzas que habitan el universo: gravedad, tectónica, agua, hielo, viento. Pese a los cientos de avances nunca controlamos todo lo que pasa, somos sus invitados y estamos a su merced.
Esta sensación de insignificancia, de humildad que nos sobrecoge en su reino de piedra es en este mundo actual más importante que nunca.
Cuesta entender la necesidad de subirlas, de esforzarse, sufrir de frío, de cansancio, calor, soledad, miedo...
Y aún cuesta mas no ya entender, sino comprender los riesgos que se asumen allí de tantas posibles maneras: trepando un vertical corredor, esquiando una canal de nieve virgen, rapelando por dentro de una cascada en un barranco, pedaleando un empinado descenso entre millones de piedras, atravesando una estrecha arista...
Siempre nos movemos en lo que sabemos que son nuestras posibilidades (que en mi caso son muy limitadas) pero en ocasiones necesitamos encaramarnos al límite. El estado de concentración plena en que te adentras no tiene parangón con nada. Lo olvidas todo. El lugar, el año, el nombre, los problemas, la gente, el dolor, el temor... tu mente trabaja muy por encima de sus porcentajes normales y sabes que la rueda de la bici no se irá 3 dedos a la izquierda, que las manos no te resbalarán, que la nieve no cederá ante tu peso… Y es verdad, no se falla. Cuando se falla es cuando se va confiado, o cuando se rebasan los límites por inconsciencia.
Esta sensación es tan valiosa como una bocanada de aire para alguien que se ahoga, como un milagro para un creyente, como un equipo de socorro para un ataque al corazón. El conocimiento interno que adquieres te ayuda a relativizar mucho más todos los problemas que puedan surgirte, para que crezca tu paz interior, para saber afrontar situaciones complicadas en la vida, aprendes a valorar las cosas sencillas, las que de verdad importan... es la piedra filosofal de un alquimista.
Y aún cuesta mas no ya entender, sino comprender los riesgos que se asumen allí de tantas posibles maneras: trepando un vertical corredor, esquiando una canal de nieve virgen, rapelando por dentro de una cascada en un barranco, pedaleando un empinado descenso entre millones de piedras, atravesando una estrecha arista...
Siempre nos movemos en lo que sabemos que son nuestras posibilidades (que en mi caso son muy limitadas) pero en ocasiones necesitamos encaramarnos al límite. El estado de concentración plena en que te adentras no tiene parangón con nada. Lo olvidas todo. El lugar, el año, el nombre, los problemas, la gente, el dolor, el temor... tu mente trabaja muy por encima de sus porcentajes normales y sabes que la rueda de la bici no se irá 3 dedos a la izquierda, que las manos no te resbalarán, que la nieve no cederá ante tu peso… Y es verdad, no se falla. Cuando se falla es cuando se va confiado, o cuando se rebasan los límites por inconsciencia.
Esta sensación es tan valiosa como una bocanada de aire para alguien que se ahoga, como un milagro para un creyente, como un equipo de socorro para un ataque al corazón. El conocimiento interno que adquieres te ayuda a relativizar mucho más todos los problemas que puedan surgirte, para que crezca tu paz interior, para saber afrontar situaciones complicadas en la vida, aprendes a valorar las cosas sencillas, las que de verdad importan... es la piedra filosofal de un alquimista.
La montaña (en especial el alpinismo, que es la vertiente más ampliamente extendida en literatura) ha dejado muchas citas célebres. Yo tengo algunas favoritas:
-George Mallory, que murió en el Everest en 1924 a más de 8.000mts junto a su compañero Andrew Irvine (todavía se duda si llegaron a la cima, aunque seguramente no fué así) antes de su expedición, ante la pregunta de un periodista de porqué quería subir el Everest dijo: "porque está ahí" La cantidad de cosas que encierran estas 3 palabras…
-‘El camino hacia la cima es, como la marcha hacia uno mismo, una ruta en solitario’ Alessandro Gogna
-‘La montaña no es como los humanos. La montaña es sincera’ Walter Bonatti (Quzás el mejor escalador de los últimos 60 años (y eso que nunca subió ningún 8000), cansado de ser vilipendiado por las mentiras de sus compañeros de expedición en la primera ascensión al K2)
-‘Nada habría podido suceder si alguien no lo hubiera imaginado’ Reinhold Messner (primer hombre en subir los 14 ochomiles)