Sobrarbe es mi vida, gente sencilla y parajes únicos. El lugar donde mis cenizas, dentro de muchos años espero, abonaran nuevos bosques y praderas.

20 nov 2010

Crónicas dolomíticas: Día 3: Cimoliana, Montanaia. De campanas y cuerdas

O cuando las palabras resuenan vacías ante lo visto y sentido.

¿Palabras que intenten explicar las sensaciones vividas en un lugar sacado de los sueños de un escultor lunático y megalómano?
Ni el más perturbado de los mortales podría imaginar un lugar de semejante belleza.

¿Frases que traten de describir lo experimentado en una jornada donde el miedo, la adrenalina y la excitación se unen para definir el significado de la palabra FE?
Ni vuestro más admirado poeta se acercaría siquiera a produciros una sensación que fuese un pétalo del campo de amapolas en que me encontré.

Un día que se unió todo para crear una de esas jornadas que se cincelan en la parte interior del párpado y reaparecen a cada pestañeo.
Vamos a ver si consigo transmitir algo de lo que fue, fuera de mí, pero sobre todo dentro.
Madrugamos, para qué variar, no?
Yo había visto en fotos un pequeño adelanto de lo que nos esperaba. Supongo que Santi no se pudo resistir a ponerme un caramelo en la boca, sabiendo que lo que iba a venir era tan grande que igualmente me cortaría la respiración.

Cargamos el material en la furgo y tomamos carretera hacia Longarone, y aquí nos desviamos por una estrecha carretera que sube haciendo preciosas herraduras hasta unos túneles que dan acceso a la presa de Vajont (de la que hablé el primer día por su catástrofe). Hoy puedo apreciar completamente todo el desastre: la presa completamente rellena de tierra y ladera, y un corte limpio y transversal en la pendiente muchos metros más arriba que nos acompaña en el trayecto durante varios kilómetros.
Pasamos por unos pueblos preciosos, chiquitines y tranquilos: Erto y Cimolais.
En este último nos desviamos por una estrecha carretera que se va a internar por la Val Cimoliana...

Y aquí empieza el pitoste…

Por un extrañamente familiar paisaje mediterráneo nos introducimos en el valle. Es sólo un espejismo porque enseguida se estrecha en un desfiladero que da paso a un cambio de mundo: Cascadas cayendo tímidamente entre las rocas, afiladas paredes, bosques de leyenda envolviendo la carretera, un río de enorme cauce fluye manso en sentido contrario a nuestra marcha. La furgo anda despacio y me da tiempo a saborear el paisaje, a dejar la mirada perdida en las inmensas moles blancas que cierran el cielo, en los valles adyacentes que se bifurcan del nuestro como las raíces de un árbol, en las copiosas graveras del río, mudo recordatorio de la fuerza del agua.
Pasamos por un universo sin sombras, es de día pero el sol aún no se ha alzado sobre las cimas del valle, el color del mundo es tenue, apagado y frío. Ello le confiere un aura extrañamente nostálgica y arisca.

Dureza de un mundo mineral creado a imagen y semejanza de la vida: sorprendente, severo, cambiante, complicado. Y que sólo necesita una pizca de luz para refulgir como una estrella fugaz.
El valle continúa durante mucho rato ganando altura lentamente. Crearía la sensación de que es plano si no fuera por el río que corre a nuestra vera y que cruzamos en alguna ocasión, siempre circulando por el fondo de la vaguada. Nosotros ya pronto aparcaremos a un lado, pero el valle sigue… y sigue… Nunca he visto uno tan largo, Pineta será más ancho y más alto, pero se queda muy muy corto. Bujaruelo es muy largo (pero no tanto), y no tiene la grandeza ni las enormes vallonadas afluentes de esta val Cimoliana. Sólo se me ocurre un adjetivo que le haga honra: Dolomítico!!

Nos cargaremos todo el material a cuestas, con las cuerdas de 60m coronando las mochilas, y comenzaremos a patear como medio de transporte y, porqué no decirlo, para combatir el frío aire de la mañana. Son las 8 y tras el largo viaje ya no hay ni rastro de sueño.
Noto duros los músculos, cansados, ardientes. Son los dos días anteriores que empiezan ya a hacer mella en el cuerpo, pero pasados 20 minutos y acomodado al ritmo de marcha el cansancio desaparece y, no obstante del elevado peso de los macutos, el ascenso se me hace muy agradable.

Ascenso? Si, hemos comenzado a ganar una ladera que consiste en una inmensa torrentera de grava y rocas surcada por los hilos que ha creado la erosión del agua en el deshielo o en las tormentas. Ciñendo esta lengua rocosa hay exiguos matorrales y sin solución de continuidad, como enraizadas en el propio sustrato de la maleza, las vertiginosas murallas de una gran fortaleza.

No vemos a donde nos dirigimos, sólo subimos por un terreno cada vez más escarpado y abrupto, ahora ya una barranquera bifurcada a la izquierda orográfica. Al fondo el cielo azul y los destellos del sol en las aristas cimeras de los picos, centelleando como estrellas en una noche serena.

Al rato, como si tal cosa Santi me llama “mira arriba” y boquiabierto descubro una cima que incipientemente crece tras la pendiente.
Una aguja gigantesca!
No, una colosal torre!
Nada de eso, es un perfecto campanario que se levanta contra toda lógica al final de la cuesta que subimos, justo abriendo el paso a Val Montanaia, el valle colgante al que nuestros pies y nuestros deseos nos han llevado. Campaniles los llaman aquí a estas demenciales formaciones que pretenden romper las bases geológicas. Un mallo sería en mi tierra, un morrón.

250 metros de altura y 60 de diámetro tienen la culpa de que mi respiración se haya detenido. El Campanile de Val Montanaia se erige como un gigantesco menhir, una ofrenda a los dioses de la montaña, un homenaje a la roca, el sol, el hielo y el viento, forjadores todos de esta maravilla con la que nos deleita la naturaleza. De manera totalmente lógica la llaman, valga la redundancia, La montaña Ilógica.

Tengo la suerte de conocer ya bastantes lugares impresionantes, pero tal vez este sea, junto con la Brecha de Rolando y Milford Sound, el que más me ha emocionado por su simbolismo. Porque no es sólo el, sino que su situación, en la entrada de un pequeño valle cerrado por unos picos en forma de sierra, resulta espectacular. Hay que verlo, no existe descripción posible.
Es tan famoso que hasta tiene facebook :)
Esta es una descripción de su ascenso y características: http://www.madteam.net/rutas/escaladaenroca/escaladas-als-dolomitas-i--campanile-di-val-montan.pere-tutusaus

Llegamos a la base tras algo más de dos horas de marcha, y escasamente protegidos del gélido viento nos equipamos para la escalada. Llevamos los pies de gato pero según Santi no harán falta más que en un largo y tal vez ni eso. Nos encordamos en doble, rápido recordatorio de señales y nudos y para arriba que nos enfriamos!!!

Se trata de una escalada de IV grado con un paso comprometido de V+. Para nada difícil técnicamente (con botas de montaña se sube bien) sí que tiene el compromiso de ser alta montaña, viento, frío, altura...

El frío, la tensión, los guantes y el ¿miedo? me hacen pasar un primer largo más comprometido de lo que debería y me cuesta mucho encontrar los pasos buenos para superar la fisura.

En el segundo largo ya empieza a darnos el sol, por fin!! Y hasta puedo quitarme los guantes. Voy cogiendo más confianza y pese a ser de mayor grado se me hace mucho más sencillo, escalo con facilidad y aunque tengo el estómago encogido como un gato dormido me encuentro cómodo.

El tercer largo se va mucho a la derecha tras una zona muy continua y disfrutona, y el cuarto apenas hay que trepar, pues es una travesía que nos devuelve a la izquierda.
Llegamos al paso más duro, un largo de apenas 10 metros con un inicio extraplomado de V+ donde conviene ponerse los gatos. Prefiero intentarlo sin ellos, y gracias a una cinta que Santi ha dejado colgada consigo superarlo a la tercera intentona.
Desde aquí queda el tomate de la vía. (el vídeo no es nuestro).

El sexto largo es una travesía de 20m hacia el oeste, fácil pero muy estrecha y con un patio de auténtico vértigo, realmente impresionante, una caída aquí te haría pendular pero bien!! La travesía de la risa que dice Santi, que cachondo el tío jejeje -nótese mi ironía ;) -.

Séptimo largo, con salida extraplomada y donde sufro los mayores apuros, pues en este paso inicial se me engancha la bota en una fisura y no va ni para atrás ni para adelante, y yo quedándome sin fuerzas para agarrarme!! Tras mucho ceprenar y penar, y haciendo gala de mi escaso talento escalador consigo sacar la bota, aún a costa de romper los cordones de la misma.
Tomo aire y con un ligero tembleque en las manos termino el largo, desembocando en una bonita faja que, 60m por debajo de la cima sirve para rodear el Campanile por completo.

Octavo y último largo, 60m ya en el lado noroeste de la pared, completamente invernal. El blanco de la nieve se aprecia azulado por la oscuridad y el gris marrón de la piedra es negro como una noche sin luna.
Tengo que trepar en libre los primeros metros hasta que Santi llega alcanza la reunión porque la cuerda no llega. Este largo suele dividirse en dos pero visto el frío mejor hacerlo de un tirón. Me calzo los guantes y así, como un gato atontado voy subiendo.
Las manos están heladas pero disfruto muchísimo de estos últimos metros de la vía, pese a ser uno de los tramos más comprometidos, pues hay mucho verglás (capa de hielo transparente y dura apenas visible) con el que hay que andarse con tiento para no resbalar.
Tras unos gritos de Santi para indicarme las mejores presas arribo a la cima, chocamos las manos, y me siento casi el amo del mundo: Las vistas son inenarrables, 360º de puro éxtasis, un orgasmo de placer y sensaciones.

Una pequeña campana anclada en la cima (costumbre en los campaniles) espera ser tañida, y me doy ese pequeño y dominguero placer al tiempo que nos sacamos mil fotos.

Descendemos en rápeles, no puede ser de otra manera, y aunque en el primero me encuentro algo acojonado por el patio y la situación, rápidamente me vuelve la confianza y gozo de los siguientes, unos espectaculares rápeles volados que nos dejan en la base norte del Campanile.
Recogemos el material y nos acercamos al vivac que se haya en medio del valle, donde obtenemos la recompensa de una vista completamente nueva y distinta del “monolito”.
Cada cara parece un lugar diferente, otra torre, otro tiempo…

Comemos algo y después desandaremos el camino de subida, volviendo al coche parcos en palabras. Santi ha estado aquí ya varias veces y para el es un paseo, pero yo rumio por dentro la experiencia, algo inolvidable, mágico. Combinar la belleza de la escalada, el olor y tacto de la roca, la sensación de incertidumbre y el riesgo con este lugar resulta un sueño hecho realidad.

Cuando llegué a la cima me dije que nunca más haría una vía tan comprometida y larga, pero ahora, ya más frío y tranquilo, estoy deseando la próxima!!!

16 nov 2010

Crónicas dolomíticas: Día 2. Nubes, bosque, silencio, Pelf


La luna aún navega por el océano celeste esquivando nubes cuando asomo por la puerta de casa. El frío helador me rodea de una aureola vaporosa y azulada mientras desciendo silenciosamente las escaleras, ya recordatorio perpetuo de Fornesighe.

Aún no son las 5 y media y ya luces amarillentas asoman tras varias ventanas. La vida aquí comienza muy pronto, no debe ser fácil la existencia en esta tierra agreste y fría, como no lo es en ningún lugar que se apoye en la ladera de una montaña. Carreteras heladas, malas comunicaciones, pocas alternativas de trabajo y ocio, servicios escasos, horarios impuestos por la naturaleza. Es la parte del paraíso oculta para tanta gente que se acerca sólo durante unos pocos días al año al monte.

Es un precio a pagar, como en todos los lugares, y es cada uno quien decide si es asumible.
Mi opinión, completamente egoísta, es que es un precio justo, preciso y necesario. No querría que una desbandada de la ciudad al campo cambiase estas tierras montañosas, estén donde estén, que les robasen su espíritu. Espíritu que se muestra más en estos meses a caballo entre el verano y el invierno, cuando la montaña ni está tan accesible como en verano ni tan nevada como en invierno y no atrae apenas nadie de fuera. Mentiría si dijera que he visto otro turista en mi viaje, quizá porque no había, quizá porque no he querido fijarme.
Por eso elijo estas fechas para viajar. Por esto y por mi propio trabajo, pero si pudiese elegir otras fechas, no cambiaría.

Click. Ya vale de desvaríos, hay que desayunar algo que el día se presenta largo y duro. El arnés se queda en casa, hoy haremos montañismo del de toda la vida: pateo y alguna trepada sencilla.

Nos vamos al Parque Nacional de los Dolomitas, la zona más aislada y virgen de esta fascinante tierra. Bajamos en coche a Longarone, y allí una señal con el nombre “Cajada” nos conduce a una diminuta carretera que se interna en el valle Desedan, y gana altura a la misma velocidad que clarea el día. Cuando ya por fin veo lo que nos rodea, puedo resumirlo con una sola palabra: árboles.

Como si todos los árboles de Italia se hubiesen reunido en torno nuestro, la mirada apenas alcanza a descubrir un espacio libre. Se extienden por la planicie como las oleadas de un ejército del medievo, preñan paredes escarpadas, collados y pasos elevados para desparramarse por la vertiente contraria, flanquean a miles de millares la carretera y se erigen triunfantes a lo largo de kilómetros de laderas. Ni un ejército cortando un año de sol a sol sabría apenas darle un morisco a este inimaginable bosque. Me cuesta decirlo, pero los bosques de Ordesa parecerían un parterre a su lado.
Bosque de abetos y alerces, de píceas y hayas. Paleta de colores cálidos, bosque otoñal limpio de matorrales y broza, hojas y agujas caducas enmoquetan el suelo, ramas y viento silbando una tonada a la que acompasar la marcha cuando iniciamos el camino.

Hago un pequeño inciso: es admirable que en una sociedad tan necesitada de madera como la dolomítica (construcciones, aserraderos y leña, mucha mucha mucha leña para calentar las casas) los bosques estén tan bien cuidados, con un ejemplo de explotación maderera envidiable. Se talan los árboles que deben ser talados, nada de cortar a destajo. Uno aquí, otros dos allá, otro un poco más ahí… Todas las casas cuentan con pilas y pilas de leña perfectamente ordenadas (algunas simulando dibujos incluso), o las dejan amontonadas en pleno bosque, o al canto de la carretera. Nadie las toca, se respeta como algo sagrado. Nadie corta más de lo que se le permite, los árboles no son árboles, son plantas, y deben cuidarse. Cuando hay avalanchas, las zonas con árboles desmochados se dividen en pequeñas suertes que son sorteadas entre los habitantes del municipio, y se tala eso antes que cualquier otra cosa. Simbiosis completa hombre-bosque. Admirable, repito.

Andamos por el camino, que progresivamente se ha ido estrechando hasta ser una caja de sendero de apenas tres palmos forrada de hojas y perfectamente mimetizada con el entorno en esta época.
Vamos ganando desnivel tranquilamente, el día aún es muy largo y no hay prisas. ¿Quién las tiene en un entorno así? El día está plomizo y eso se refleja en la nieve que ya vamos pisando, aguada pese a la baja temperatura.
Huele a lluvia, tierra y humedad, a días de otoño en Pineta y Quinto Real, a paseos recolectando setas. A felicidad y silencio.
Cruzamos un arroyo alejándonos del corazón del bosque hacia una pala de pequeños alerces que desemboca en unas torres de piedra entre las que debería estar un collado que hemos de atravesar. Según subimos apreciamos una bifurcación: una pala aún más empinada, ya de tasca alpina o una angosta y nevada canal con aspecto de malas pulgas.
Como seguimos un sendero bien marcado y balizado no hay error posible, por la canal.
Ésta demuestra ser más agradable de lo que parecía desde abajo, y si bien nos pega un apretón de cuidado, no hace falta ni usar las manos para coronarla.

Cuanto más subimos, más bajan las nubes, y en el collado por fin nos hemos juntado. Se ve y no se ve a ráfagas. Una pena por las fotos, quizá más arriba…
Hemos desembocado repentinamente en una coqueta pradera nevada de forma casi circular. A izquierda y derecha escarpadas moles de roca se pierden entre la boira y de frente un desordenado paisaje se vislumbra: laderas y barrancos sin orden ni concierto, crestas rocosas que se confunden con las nubes, farallones que impiden el paso, otros collados… desconcertantemente atractivo.

Descendemos por el lado contrario y poco después nos juntamos con otro sendero que viene de frente a nosotros. Hemos salido a 1100m y estaremos a 1800m. A partir de aquí la niebla sólo nos deja intuir una pendiente a ratos herbosa, a ratos canchal que sólo se interrumpe cuando las cumbres ganan la partida a la gravedad.
Piano piano ganamos metros a la cuesta, atentos a nuestros pasos y al tiempo, que parece querer mejorar. Dicho y hecho, repentinamente se cierra y comienzan a caer algunos copos. También, al movernos por una zona más expuesta el viento pide un papel protagonista. Así que estreno el gore que compré en Longarone.
Cuidando los resbalones llegamos a la arista del monte. No llevamos ni cinco minutos por ella cuando se vuelve a expandir el mundo, dejando ver un paisaje sobrecogedor.
La otra cara de la montaña cae a pico formando un nevado abismo donde las paredes interminables se combinan con agujas y fisuras, con aristas transversales que suben a modo de espinas dorsales cubiertas de blanco y series de diedros apretados asemejando los tubos de un órgano colosal que resuena abriendo desfiladeros, levantando montañas o convocando tormentas bajo el mando de la infinita Gea.

Seguimos hacia la cumbre mientras se abre aún más el horizonte, dejando ver un panorama que nos obliga a detenernos. Los dolomitas parecen arder envueltos en penachos de humo que se agarran a los picos más altos y pueblan el cielo. Eterna y tranquila belleza arrebujada del etéreo y fugaz adorno que son las nubes danzando al repiqueteo de mi corazón, presa de un momento de los que nunca se olvidan y que te fuerzan a dejar allí un pedacito de él como ofrenda mientras tu alma se hace más buena y sabia.
Pelmo, Marmolada, Civetta, San Sebastiano, Sella, Fiames, Antelao, Tofanes, Moiazza, Sasso, Cristallo, Sorapiss…(estoy mirando ahora todos los nombres en un mapa, ehhhh jejeje)
Me hubiera sentado y apoyado en una piedra hubiese dejado correr las horas sin prisa ni ganas de moverme ni de apartar la mirada de semejante espectáculo, cuando el arte de los hombres sepa conmover igual la raza humana estará salvada.

Pero hay que seguir, y bordeando el precipicio retomamos el sendero que tan claramente nos marca el filo de la montaña. La cara norte, blanca e invernal contrasta con la sur, por la que nos movemos casi continuamente en pos de la cima, un objetivo que no es nada más que una excusa para recorrer el camino.

Cuando la cresta se hace más complicada y hemos de pasar al lado norte, unas cuidadosas trepadas en mixto nos permiten salvar los obstáculos y ya totalmente en nieve recorrer los metros finales antes de llegar a la inmensa cruz de madera que marca la cima de nuestra montaña.
Montaña que, no he dicho aún, se llama Pelf (2502m) y forma parte del macizo de la Schiara (2565m), de cuya cima nos separa una impresionante y delicada arista, blanca como el filo de un cuchillo recién sacado de un pastel de nata. Por ella vemos a lo lejos correr un sarrio, con una elegancia y facilidad que nosotros, limitados y cansados bípedos, envidiamos.
Tras comer bajo la cruz seguiremos cresteando un poco más, hincados a ratos en la nieve, con el culo como ayuda en otros, hasta llegar a un picacho escasos metros más alto que el Pelf desde donde disfrutaremos de una fascinante panorámica de su cara norte. La roca estriada, formando capas superpuestas me recuerda mucho a los pirenaicos Astazus, siempre presente mi tierra en mis pensamientos…

Desandaremos el camino hasta la cruz nuevamente y comenzaremos a descender por el mismo camino, a la vez del todo nuevo ya que las nubes han cedido paso a un nuevo horizonte. Así es el monte, siempre el mismo pero nunca igual, jamás todo pero siempre más que suficiente para saciarte y querer regresar.

Ni que fuese una amante.

14 nov 2010

Crónicas dolomíticas: Llegada y día 1, Fornesighe, Zoldo, Fiames, Dolomismo

Historias. Las piedras tienen historias labradas en pliegues y aristas. Historias que recorren sus caras angulosas. Historias que susurran cuando te acercas a ellas, cuando las tocas, cuando las acaricias.
Son historias que, cuando las pisas con tus botas o te aferras a ellas con todas tus fuerzas, se cuelan en tu interior. O no, quizás eres tu quien pasa a formar parte de ellas.

Al fondo de la llanura veneciana veía alzarse murallas relucientes, toda una barrera de paredes grisáceas con las puntas teñidas de blanco, como las olas rompiendo espumosas en un malecón durante una tarde de tormenta.
Dolomitas.
Y la furgoneta con la que Santi me había recogido minutos antes del aeropuerto Marco Polo iba directa hacia allí.

Santi Padros tiene una empresa de guías, Dolomismo y es un auténtico crack! Ha sido un placer compartir rutas con el. Seguro que no será la última, allí y aquí. Además de divertirme he aprendido mucho. Muchas gracias por todo!!

Conduciento entre viñedos de Prosecco, entre viaductos imposibles y túneles inacabables, a través de las primeras elevaciones del terreno, nos llegamos a Belluno y de allí a Longarone, pueblo extraño, todo hecho de hormigón.
Hace casi 50 años, acabada de rellenar la presa de Vajont, justo encima de Longarone, una ladera entera se deslizó dentro del embalse provocando un tsunami de 250m de altura que destrozó completamente el pueblo y varias villas adyacentes. Casi 2000 personas fallecieron. (Al reconstruirlo, siguiendo las modas de entonces, lo hicieron todo de hormigón y por eso destaca tanto entre el resto de pueblos). La historia de la presa es más larga y sorprendente, os recomiendo ojear esto: http://www.yesano.com/vajont.htm http://www.unizar.es/aguariospueblos/pdf/caso/VAJONT_UNA_TRAGEDIA_ANUNCIADA.pdf

Allí paramos a comprar un gore en una acogedora tienda de montaña, ya que había extraviado el mío. Dejamos el Piave, río principal por cuyas orillas habíamos ido subiendo y nos encaramamos a un angosto valle formado por el afluente Maè que terminaba abriéndose y dando lugar a la Val di Zoldo.

Este es un pequeño valle dominado por dos imponentes montañas, Pelmo y Civetta, que como todo el resto de Dolomitas cuenta con una profunda e inmensa capa de bosque mixto que combina pinos mugos, abetos, hayas, piceas y alerces en su mayoría.
Su población se encuentra dividida en pequeños pueblecitos, y nosotros nos alojamos en Fornesighe, un precioso pueblecito casi completamente de madera situado en la ladera del passo Cibiana. Esta orografía es la que me obligaba a recorrer 84 escaleras cada vez que tenía que ir a casa de Santi desde mi precioso apartamento. El apartamento forma parte del B&B de Ana, Dormiedisna que es un sitio increible, cuidado con un mimo y un cariño digno de elogio.

Son las 6:05 de la mañana y un sms llega a mi móvil, la luz de la pantalla contrasta con la oscuridad del lugar donde estoy. Donde??? Italia!!!! Mierda, me he dormido!!!! Habíamos quedado a desayunar a las 6 en casa de Santi y yo ya llego tarde el primer día, bufff vaya impresión se va a llevar. Todavía medio groggy tras la boda del sábado, dormilón, cansado… aún quedan 8 días por delante???

Vestirme y hacer el macuto es todo uno, bajo corriendo las 84 escaleras y ya sin resuello entro a desayunar, pidiendo disculpas con vergüenza.
Cargamos la furgo con lo necesario y claro, las prisas me han hecho olvidar el arnés en la habitación, algo más para empezar??

Pillamos uno de Santi, junto con el disipador y el casco, unos bastones y carretera!!
Subimos por el passo Cibiana para cambiar de valle hasta el Cadore y en un hora escasa estamos en Cortina d´Ampezzo, cuna del ski pijo de la zona.
Inmensas moles aserradas y cubiertas de nieve nos han flanqueado el camino: Pelmo, Antelao, Tofanes… el día es claro y despejado, así que la mañana está limpia y fría como un arroyo de montaña. Un mundo de bosque y roca asoma infinito, aún en las zonas más habitadas. Será la impresionabilidad del recién llegado? No creo.
Un café en el pueblo nos despeja del todo, más que por la cafeína por el contraste de temperatura entre el coche y la calle.

Aparcamos en las afueras de Cortina, junto a una pista de atletismo que se haya a los pies de una enorme pared que termina 1000m más arriba. Punta Fiames (2240m). Vamos a empezar con ella para tomar contacto con la zona, subiéndola por la Ferratta Strobel.

Andamos los primeros 400-500m de desnivel por una empinada ladera, primero abarrotada de un húmedo bosque de píceas y más adelante por otro de pino mugo, que más bien parece una zona de matorral. Se trata de una conífera que pese a seguir siendo árbol crece pegada al suelo, expandiéndose ladera abajo y a los lados. De esta manera combate el peso de la nieve durante muchos meses.
Finalmente por una gravera amanecemos en la base propiamente dicha de la pared, y es aquí donde nos equipamos. Unas instrucciones de recordatorio y adelante.
Aunque me han hablado mucho de las ferratas italianas, no es hasta que llego a los primeros hierros cuando realmente me doy cuenta de cuánto cambian respecto a las españolas o francesas. Son vías donde no prima la espectacularidad o la deportividad, sino que tratan de subir una pared o una cresta por la vía más lógica, evitando duros desplomes o placas muy lisas. No han de buscar un extra de espectacularidad porque ya es inherente a ellas. Y no precisan de pasar zonas muy difíciles y deportivas porque no hay clavijas ni grapas. No. No hay. Solamente en pasos muy muy concretos encontramos alguna grapa o algún hierro que sirven de ayuda. De continuo nada más que hay una línea de vida, la sirga anclada a la pared de donde chaparse con el disipador. Y a veces ni eso…
Así es que toca trepar, agarrarse a la pared, pensar en los pasos, vigilar donde nos apoyamos… (bueno, yo vigilo, Santi trisca como una cabra J ) Todo ello te hace sentirte de verdad en la pared, nada tiene que ver con la aséptica sensación de escalera que son las ferratas españolas.

Y aseguro que se disfrutan cien veces más, aunque la piedra esté fría como el polo y haya nieve en muchos trozos.
Así las fotos no dan la impresión de estar en la estructura de un edifico, sino en una pared donde eres tú el que tiene que ir buscándose las habichuelas.

Mientras cuento todo esto, el coche se ha ido alejando, hundiéndose paulatinamente junto con el río, la carretera y la pista de atletismo en una sima de claridad reluciente, al fondo, muy al fondo. Tan abajo que casi se puede tocar.

Un rato después, al llegar una pequeña proa en la pared nos detenemos para tirar fotos y comentar las sensaciones. Estamos por fin al sol y la temperatura ya es agradable. Nos quitamos una capa y rebuscamos algo de chocolate en los macutos.
Sin tiempo para más reanudamos la trepada, flanqueando una gigantesca chimenea que aporta un ambiente tremendo a la ascensión. Una escala ayuda a salvar la placa más lisa de la vía y tras un rato más de continuo mano-pie-mano-pie salimos a lo alto de la pared. Aquí la nieve ya es muy copiosa, una pala sencilla colgada entre abismos y crestas que ascendemos en zigzag con nieve hasta las rodillas.

En pocos minutos estamos en lo más alto de la Punta Fiames. Una cruz hace de vértice geodésico, y es a su vera, resguardados del aire, donde echamos el merecido bocado.
Las vistas sobre Cortina, abajo hundida en el valle, y sobre las bellas paredes que la encierran son embriagadoras. Sólo el viento corta el silencio cuando mi mente huye al horizonte, imaginando cómo, por dónde y cuándo podré encaramarme a todos los riscos que se atisban, pasear por los bosques que se intuyen bajo la roca o perderme buscando todos los rincones imborrables que mis ojos no ven.

Nos ponemos en movimiento buscando un camino que se esconde bajo la nieve, si bien la memoria de Santi demuestra funcionar a pleno rendimiento y no le cuesta guiarme montaña abajo. Unos pasos algo delicados por la nieve nos conducen al inicio de una empinada gravera donde nos tiramos pendiente abajo surfeando piedras y grava. Esperando un descenso tedioso, esto es un regalo. Disfrutamos horrores y en escaso minutos hemos perdido muchos metros de desnivel.
Una diagonal de nuevo por bosque nos conduce a al furgoneta.

Mientras estamos cambiándonos un amigo de Santi le llama y nos invita a comer con el. Lo que no se yo entonces es que voy a comerme un delicioso plato de pasta picante en el cuartel de bomberos de Cortina d´Ampezzo. Pasta, ensalada, prosecco y un corretto (carajillo) de la grappa más fuerte que he probado nunca. Como curiosidad la ensalada se come justo antes del postre, al final de la comida, y el café tanto antes como después de la comida.

De vuelta paramos a comprar sustento alimenticio en un súper que hay bajo la sombra del pico Antelao. Salir del local y ver eso no tiene precio.
Me ducho, estiro y fotografío las maravillas que se ven desde mi balcón. Luego cenamos en casa de Santi charrando un poco de todo y a la cama que mañana hay que levantarse a las 5!!!!