Despertarse a las 05:00 darse cuenta que hoy no tienes porqué madrugar es una grandísima alegría.
Volver a mirar el reloj, con un ojo abierto entre las sábanas, que al rato ya marca las 10:00, te hace sonreír.
Me incorporo despacio, apoyo los pies en el suelo y con total parsimonia me acerco a la cocina entre el crujir de la tarima y el silencioso caer de los copos tras la ventana. Dejo que se caliente la leche mientras atisbo a través del cristal, tratando de descubrir cuánto tiempo lleva nevando. Pendientes bancas han sustituido la oscura losa de los tejados de Fornesighe, la niebla vela los montes que acostumbraban a saludarme todos los días y la quietud que se respira parece que llegue de un mundo diferente al nuestro.
Acabo de prepararme el café, que tomo acompañado de un buen puñado de galletas de chocolate mientras Internet me cuenta que ha ocurrido este tiempo en el mundo, tiempo en que mi universo se había reducido a montañas y bosques, al mantra continuo de poner un pié delante del otro, a cervezas y conversaciones con Santi.
La verdad es que no me interesa demasiado lo que pasa tras la pantalla del portátil, así que termino mi café siguiendo con la mirada el baile de la nieve en el exterior.
Son ya las 11:00, hay que ver lo que da de sí una hora ociosa. Se me ha hecho sueño otra vez. Mejor dicho, todavía no se me ha ido. Así que al dilema de dormir o dormir, acabo tirando por la calle del medio y lo siguiente que veo son las manecillas del reloj, la corta en el número 3 y la larga en el 6.
Esto ya es otra cosa, y cura de sueño mediante, vuelvo a tener un hambre de lobo.
Comer, leer, picar, leer, y en que me doy cuenta el día ha terminado… qué gozada son 24 horas de silencio.
Esta vez sí, las 05:00 es hora de levantarse.
Como la meteo para hoy es revuelta, mejor madrugar para aprovechar las primeras horas del día, que es cuando parece que hará menos malo.
Subimos en furgo al Passo Durán, bien cerquita de Zoldo, 1650mts. Lloviznea a ratos, el tiempo está oscuro, húmedo y frío, vamos un placer para calzarse las botas de monte.
Comenzamos a andar y me doy cuenta que ni 24h de relax absoluto han servido para quitarme el dolor de piernas, ouch!!
Entre hierba y barro vamos ascendiendo por una húmeda pendiente boscosa, callados, aún con poca luz, hasta que en algo más de media hora llegamos a un pequeño refugio en un hombro justo por encima del bosque. Unos rayos de sol, que se abre paso entre las nubes, nos saludan. Serán los últimos que veamos.
5 minutos después del refugio, la senda muere al pié de una abrupta pared de orientación oeste que se desvanece entre la niebla, y cuyo fin la imaginación coloca en el infinito. La pared tiene una placa metálica, y al lado de ella nace una sirga que vemos perderse en la distancia, pared arriba. Se trata de la Ferrata Constantini, la que dicen es la más larga y dura de los Dolomitas. Pero eso yo no lo sabré hasta que hayamos acabado el día. Esta ferrata asciende unos 1000m de desnivel hasta a la Cima delle Masenade, así que nos queda mucha tela, menos hablar y vamos a trepar.
Según ascendemos, nos vamos viendo aprisionados entre el vacío bajo nuestros pies y la densa niebla a la que poco a poco vamos alcanzando. La ferrata es bastante vertical, pero la roca, aun húmeda, es de buena raza y se agarra bien, permitiendo trepar con facilidad.
Para agilizar, uso sólo un mosquetón del disipador, y en tramos más sencillos ni eso, pues me siento muy cómodo en la pared, con mucha confianza.
Desde luego hoy las vistas no van a ser de postal, pero sí que la atmósfera que tenemos alrededor hace de la jornada un día diferente. La niebla ya nos rodea, dotando de una sensación de irrealidad que nos acompañará todo el ascenso. Las distancias son etéreas, las siluetas, fantasmas encadenados a la pared, gris sobre gris fluyendo al ritmo de una brisa que abre y cierra la bruma a su antojo.
En ocasiones parece que puedas agarrar las nubes, estirar y ayudarte de ellas para escalar, mientras que hay momentos en que hacen de pasos sencillos lugares imposible.
Un sueño viscoso que nos va transportando pared arriba, al que ya se ha unido el hielo, que recubre rocas, sirga y las escasas briznas de hierba que resisten en las repisas.
Santi es una silueta informe pocos metros encima mío, tal es la densidad de la niebla. No vemos a escasos metros, ni hacia arriba ni hacia abajo, no hay referencias donde situarnos salvo la sirga que nos impele a continuar pared arriba, dios sabe donde.
Por un lado la bruma nos quita la impresión que causa el vacío, que debe ser ya muy grande a nuestros pies, y por otro envuelve en un misticismo cada paso, llena de incertidumbre el camino, qué habrá más adelante? Hacia dónde nos conduce el camino trazado en la verticalidad de esta inmensa montaña?
Ya la nieve nos rodea, ya el viento silba alrededor, el terreno se vuelve más inhóspito, más frío. La pared es menos continua, está más rota, con aristas aquí y allá entre las que vamos desfilando silenciosamente, acurrucados en nuestros pensamientos.
Algún copo cae del cielo, alguna piedra rueda hacia el abismo, nada que no hayan visto estos muros cientos de millones de veces, para los que nosotros apenas somos una molestia insignificante, la causa por la que pagar el peaje de ser grapados de arriba abajo a base de sirga y tornillos.
Tengo las manos ateridas del frío y de la humedad, los guantes empapados de agarrar el cable congelado o las nevadas presas de la pared. Los dedos de los pies hace un rato que ni los noto.
Hacemos una parada rápida para comer una chocolatina y nos abrigamos con el gore, pues comienza a nevar con algo más de fuerza.
Hemos cruzado la frontera que separa la roca de la nieve, ahora todo es mixto resbaladizo, relieves tétricamente blanquecinos sobre fondo marengo, escala de grises que vamos atravesando con los sentidos alerta, cambiando paulatinamente de vertiente, algo de lo que sólo el viento nos avisa.
Debemos estar cerca ya de los 2.800mts cuando súbitamente aparecemos en una estrecha lengua de nieve coronada con un hito que señala la cima delle Masenade. Echaremos una foto para saber que hemos estado aquí y trataremos de buscar abrigo algo más abajo, pues no hay ganas de estarse mucho rato arriba, y todavía queda bajar.
La ferrata continúa cresteando y la sirga la mayoría del rato o no está o se oculta enterrada entre la nieve, suerte de la memoria y orientación de Santi porque sin haber estado antes aquí es imposible orientarse con un horizonte de apenas 2 metros.
Cabalgamos la montaña un rato más, trepando y destrepando resaltes sin solución de continuidad, con mucho ojo al pisar pues un resbalón donde no hay sirga es el ocaso.
En un momento dado, Santi avisa que dejamos la ferrata, que todavía ha de subir un poco más para luego bajar al punto de partida, porque vamos a descender por la cara contraria, hacia el este.
La bajada consiste en una pendiente completamente nevada, una anchísima canal con nulo riesgo de avalanchas en esta época, por la que primero bajamos con cuidado, procurando no resbalar demasiadas veces, empapándonos por completo y sin ver que hay más debajo del alcance de una brazada. Aunque Santi ya me ha advertido que no tiene nada peligro, no puedo dejar de imaginar qué hay más abajo, la incertidumbre siempre colorea los recorridos con mayor expectación y misterio.
Primeramente la pala estaba bastante empinada, pero ahora se ha suavizado mucho y bajamos casi corriendo, a grandes zancadas entre la nieve, disfrutando como un crío en sus primeras nevadas.
Cerca de una hora después llegaremos a un pequeño refugio, tras buscar los rastros de camino entre la inmensa blancura del valle, y aprovechar que aquí más abajo ya las nubes dejan ver el horizonte.
En la pequeña caseta metálica apenas paramos a comer lo justo, porque estamos empapados y todavía quedan cerca de 2h de caminata hasta el coche, subiendo y bajando por un sendero húmedo y patinoso que, entre tasca, roca, maleza y bosque, nos conduce hasta el Passo Durán, donde aguarda el coche!!