Si, esto ya parece verano. Hace calor, calmota, y el Pirineo
pierde poco a poco la nieve, al menos en su cara sur, mientras se difumina
entre la brumosa calima, fiel reflejo de la humedad del ambiente.
Y el verano, aquí, tiene siempre un acento especial, pues
estamos en la montaña: Las tormentas de tarde. Esas que se forman por nubes de
evolución surgidas de la humedad y el calor que lo impregna todo. Se huelen los
días de tormenta, el ambiente da sobradas pistas de que se acerca una y yo,
personalmente, me deleito con todo su proceso:
El Pirineo oscurecido antes de hora, amplias cortinas de
lluvia escondiendo el paisaje y avanzando al ritmo que marcan los vientos, que
se levantan por el diferencial de temperatura y anuncian su llegada acompañados
del resplandor de rayos, relámpagos y una orquesta de percusión.
Y cuando los contraventanos de las casas dejan de batir, el
agua comienza a caer en forma de ruidosas y pesadas gotas, primero lentamente
pero aumentando la cadencia a toda velocidad hasta conseguir un ruido uniforme,
potente pero relajante, que en ocasiones no es lluvia sino piedra. Y si abres
la ventana, el frescor del ambiente, recién llegado, te sienta como un masaje
después del calor que has pasado durante el día.
Poco a poco, cuando ya te has acostumbrado al ruido, te vas
dando cuenta que ha amainado y que los relámpagos no clarean el cielo sobre
Bajo Peñas sino que andan ya por encima de Partara, camino de Buil por la
cabañera.
Si los Héroes del Silencio cantaban “Días de borrasca,
víspera de resplandores”, aquí podemos modificar un poco los versos, sin perder
un ápice de verdad: “Días de bochorno, víspera de tempestades”
Y presenciar, desde la tranquilidad de la ventana del salón,
de una de estas tormentas silueteando la Peña Montañesa es algo que no todos
pueden disfrutar.
PD: Si os gusta la lluvia y su sonido, no dejéis de
disfrutar de esta maravillosa web: http://www.rainymood.com/