Sobrarbe es mi vida, gente sencilla y parajes únicos. El lugar donde mis cenizas, dentro de muchos años espero, abonaran nuevos bosques y praderas.

14 feb 2009

Un instante de perfección absoluta:


Desde hace bastantes años he aprendido que la felicidad plena me la proporcionan momentos puntuales y tal vez anónimos en lo que es el devenir general de mi vida.

Me puedo poner inmensamente contento cuando el trabajo va bien, el día ha sido muy provechoso o he cerrado un gran trato. O cuando he tenido una cena entre amigos maravillosa, una relación va bien, recibo una sorpresa inesperada o me emociono con la selección española de baloncesto. O cuando me siento orgulloso de mis padres, mi hermana, mi negocio…
No cabe duda que son momentos felices, pero quizá su alargada permanencia en el tiempo (horas, días, meses, años) los atempera.

Son los flashes que duran la décima parte de la décima parte de un segundo los que, como se dice coloquialmente, valen una vida.
Instantes de perfección absoluta que me producen un escalofrío por todo el cuerpo, que consiguen que me salten las lágrimas, que permiten que el tiempo se detenga el intervalo entre dos latidos.
Destellos prístinos donde el cuerpo se queda en paz absoluta, el cerebro manda la orden de segregar litros de endorfinas, la vida tiene sentido, y yo me reconozco a mí mismo como realmente soy.

Da igual que muchos de esos momentos se olviden a los pocos días. Da igual que incluso a veces pases por el sitio exacto cien veces y no vuelvas a sentir lo mismo. Es indiferente que sean tan personales que no se puedan compartir nunca (incluso cuando ocurre y estoy acompañado de otra persona muy afín, que también reconoce el instante como propio, cada uno lo percibimos individualmente) por mucho que se hable de ellos.
Mi teoría* es que ocurre por puro reconocimiento. En la parte inconsciente de mi cabeza se forman “imágenes” en base a recuerdos, anhelos, memoria instintiva, yo que sé. Y cuando te encuentras de golpe con un instante calcado a esas “imágenes”, se produce un efecto de reconocimiento que desata estos sentimientos.

Alcanzar un collado en la montaña y descubrir el paisaje que oculta al otro lado es sobrecogedor..
Volver en coche a Ainsa y al llegar por Abizanda disfrutar de todo el Pirineo blanco ante ti.
Un gesto de ternura entre una madre y su hijo en la calle.
Despertar y redescubrir a la persona que tienes durmiendo a tu lado abrazándote.
Concluir un descenso en bici de vértigo y sentir el cansancio y el éxtasis en el preciso instante que las ruedas se detienen.
Disfrutar del instante en que una marmota silba para avisar al resto del peligro.
Un abrazo que no esperas…

*Teoría empíricamente demostrada en base a estudios realizados por el departamento de biología de UCLA en conjunto con las pruebas aportadas por el telescopio Hubble de la NASA y publicada en las revistas European Journal of Anatomy, Science Magazine y El Jueves.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi teoría sobre este tema es algo diferente.
La vida es un laberinto sin sentido, un ir y venir, no se sabe bien a dónde, una repetición de gestos, visiones y sensaciones demasiado alineadas. Demasiados códigos de conducta, tabúes, miedos, recelos, dudas…
Las conductas repetidas hasta la saciedad nos hacen extraños personajes, parecemos sombras que no se proyectan.
Es tan rutinaria nuestra efímera existencia que no tiene valor alguno, y lo que la haría única e inmensa, seria ser y sentir siempre como un niño, pero los niños crecen, y con ellos los códigos de conducta.
Para mí los momentos de los que tú hablas no son el reconocimiento de uno mismo sino simplemente la sabiduría de volver a sentirte niño.
Alas

BTT Calatayud dijo...

Me honra conocerte Jorge, lo juro... joeer

Peponnne

Javito Bike dijo...

Muy bueno Jorge, compartimos mas de una aficion...
Sigue así

Unknown dijo...

Muchas gracias!!!