Con el nombre de una de mis composiciones clásicas favoritas alumbré un bosquejo de lo que siento cuando ensamblamos las luces en la bici de montaña y nos ponemos a ciclar a la luz de la luna y las estrellas las mismas rutas que bajo el sol. He aprendido que son instantes mágicos que no tienen nada que ver con el día, son deporte diferentes.
El silencio de un bosque resuena en las cabezas con un estruendo que borra malos pensamientos, problemas, estrés, enfados...
Una nocturna:
Evadirse de la realidad, empezar a pedalear hacia la oscuridad,
hacia el más allá donde se encuentran los mostruos de las pesadillas
y el sentido común te pide que regreses.
No le hacemos caso, no se quién tuvo que inventarlo...
Buscas emoción, y encuentras ... paz... olvidamos pensar,
olvidamos hablar, sólos nosotros en la tiniebla de un bosque que nos
acoge con sus olores y sonidos irrepetibles.
Creo que nunca he vivido el presente de una manera tan literal.
No te acuerdas del segundo anterior, ni del que está por venir,
los sentidos están erizados, conjugándose con la fé, para evitar
la rama que aparece junto al casco, para saltar la roca que acaba
de reflejar la luz del foco, para sonreir encima de esa raíz que
acaba de aparecer (toda húmeda ella) bajo la rueda y aún dar a los pedales.
Estamos dentro de un videoclip, separados del girar del mundo.
La música la compone el bosque: rocas movidas, ulúos, agua brotando,
ramas temblando, derrapes sobre la tierra, el deslizar de la hieba bajo
nosotros, hasta la bici suena diferente, no quiere desentonar
en esta orquesta que mueve la batuta de nuestros latidos.
La falta de luz aviva los demás sentidos, nos da la sensación
de vivir momentos a cámara lenta, los ruidos suenan más intensos,
como si fuesen exclamados sólo para nosotros;
recibimos los olores como una sinfonía de aromas, intensos, largos,
profundos... incluso la piel se nos muestra más viva, la maneta
de freno, el manillar, las gotas de sudor, nunca las hemos sentido tan
"nuestras".
Sólo cuando acaba el sendero, una vez quietos, nos damos cuenta de
las endorfinas, de la adrenalina que serpentea por las venas y
arterias hasta desparramarse por los capilares. De repente el bosque
está mucho más callado, como si respeta este momento en que empezamos
a asimilar los minutos anteriores.
Vaya filtro, que nos limpia de los malos humores del día, del estrés y
de la jaqueca, hasta del cansancio. Ya llegará el momento de notar
esta paliza, pero no nos interesa el futuro.
Es extraña la rueda del tiempo, tanto deseo de vivir el momento
hemos tenido, para acabar todavía anclados en dicho pasado...
...Y tener tantas ánsias de repetir en el futuro (muy próximo)
1 comentario:
Tendré que probar una nocturna boscosa... Que por meseta y con luna clara no tiene tanta emoción, me temo.
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